GESTALT PROJECT
 

 

GESTACIONES
Junio, 2010

 

I


Entramos. Rodeados por inmensas paredes blancas y desnudas. Una luz líquida inunda el recinto donde todo pareciera blanco. Insistentemente blanco. Demasiado blanco. Es un enorme museo abandonado o vacío, marcado por un silencio sólido, casi inverosímil. Un museo sin cuadros ni estatuas. 

Avanzamos por un largo pasillo que pareciera infinito. Cientos de redondas aperturas en el techo alumbran el camino junto a grandes ventanas y esquinas de cristal. Es la misma blancura a chorros, pienso. Los tragaluces crean contiguas columnas de luz. Una a una traspasamos las estructuras traslúcidas impregnadas de partículas de polvo que caen a través de los ojos de vidrio y de sol. 

Caminamos despacio. Metódicamente. Mecánicamente. Observando el espacio. Sobre el suelo flotan un conjunto de círculos donde se acumula la luz que emiten los tragaluces. Pozos saturados de claridad, pienso. Pantallas repletas de pulsiones solares donde la intermitencia móvil de pequeños filamentos de luz y de sombra rompe con la quietud absoluta que nos rodea. 

Sin despegar la vista del suelo repaso el pestañeo vivo sobre las pantallas encendidas, la sedosa ondulación de humo, la constancia del tránsito de lo visible a lo invisible, y viceversa. 

En una de las paredes laterales del edificio y a través de un rectángulo de vidrio nevado y grueso observamos la repentina aparición del bosque que rodea al edificio afuera. La visión me devuelve de súbito a una escena abreviada de un sueño antiguo. La misma óptica onírica, pienso. Imprecisa, inesperada, infinitamente interesante. El bosque pareciera ahora un paisaje sumergido bajo capas y capas de ópalo cristalino y en medio de una lejanía trasparente.

A medida que avanzamos el sonido de nuestras pisadas va agolpándose en el aire hasta devenir en un sordo murmullo ahogado. El sonido de los pasos repta por las altas paredes demarcando de un modo único la expresión silente de esta arquitectura que contiene silencio, salones vacíos, saturadas exhalaciones de luz. 

Nos rodea lo monumental. Nuestros cuerpos incorporados al vacío sugieren un grupo de minúsculas hormigas. Ahora entramos a una nave principal gigantesca. Las paredes simulan cubos de cera o lazcas de nieve perpetua como pistas de hielo vertical. Pareciera una nave de resonancia magnética con la insistente percusión de sonidos primarios a lo lejos. 

Aminoramos la marcha. Cada uno de nosotros elige un puesto: un ángulo, una esquina, un centro, se planta en el y espera. Haciendo énfasis en un movimiento que imita una sutil reverencia nos detenemos del todo. Respirando serenísimos el deslumbramiento de la experiencia o la pulsión alucinante y anticipada del momento por venir. 

 

II


Sólo entonces comienza la ceremonia. Una complicidad de gestos que imponen un ritmo inédito, diferente. A la altura de los hombros extendemos los brazos en cruz. Luego doblamos los codos hasta colocar las manos una sobre otra, sobre el pecho. Todo sucede en cámara lenta. Parecemos peces atrapados en un bloque de agua congelada. 

Cada gesto inmerso dentro de esta atmósfera erige un tenue temblor. Lo sentimos. Los gestos, siempre sobrios y lentos, dejan rastros inusitados. Como ondas que se hacen y se deshacen en la trasparencia del aire. Como anillos que revelan la caída de una piedra en el agua. 

Los ojos permanecen abiertos y fijos. Entonces abrimos la boca. Las lenguas se estiran apuntando al piso. La increíble concentración de los cuerpos es casi palpable. Un suave calor recorre las venas y dilata los poros. La prolongación de un escalofrío eléctrico y rebosante en ascenso por la espina dorsal pareciera traspasar los límites del cuerpo. Nuestra garganta es un horno activo en plena combustión, pienso. Cristaliza intenciones. Reescribe, pronuncia, ilumina. 

La lengua continúa estirada, tersa y lisa como una canal de carne. Poco a poco empiezan a desembocar relucientes formas blancas. Fetos de formas. Emergiendo como volutas de cera que al contacto con el aire se estiran y endurecen en formas diversas. El método es cerebral. Pensamos en variados objetos y los creamos. Por la boca abierta caen y se desprenden los signos. La lengua es un rosado tobogán por el que descienden aristas de diamantes convertidas en palomas diminutas, virutas plasmáticas transformadas en inscripciones brillantes, alambicadas ramas de coral llenas de perlas consteladas y microscópicas orejas. 

Imaginamos y creamos en un parto suave a través de la garganta, la faringe, de cada hueso o músculo del cuerpo. Es un parto lento a ratos, a ratos vertiginoso, sin el menor esfuerzo físico. Sólo concentración. Por la lengua descienden los objetos generados por la materia gris. Semejan larvas. Sustancia parida a través de una intensa provocación cerebral. Pensamientos ahora físicos dados a luz  a partir de una materia inmediata e invisible. Ahora materia iluminada frente a nosotros. Ahora plano yuxtapuesto sobre sí en un giro simultáneo. Ahora fragmento de forma que recuerda otras mil formas. 

Producimos presente. Instantáneas de pensamientos abstractos en tercera dimensión. Formas que reflejan el eco de un espacio interior profundo en los cuerpos. Formas inscritas allá, en el centro de un ámbito ilimitado e íntimo. Formas reorganizadas aquí, presentes y pulsadas, patrones trasmutados en una avalancha de figuras visibles. Del magnífico túnel del esófago brota la incesante trasmutación de las formas. Escamas de nieve. Espirales de cristal. Metáforas matéricas. 

Formas que se desprenden como ideogramas pertenecientes a un idioma insólito, como una torre de babel desplomada, piramidal, cayendo en picada contra el vacío. Formas bruñidas y formas crudas. Formas múltiples y heterogéneas. Formas que poco a poco van convirtiéndose en un extraño jardín de pirámides blancas a nuestros pies. Montículos enclavados sobre la arena de este espacio abierto que nombramos nave, que llamamos museo. Coágulos. Arterias. Esencias. Briznas de formas que concentran en sí la riqueza morfológica del mundo ahora apiladas en pirámides sobre el piso. 

De súbito la producción llega a su fin. Los cuerpos se relajan. Flexionamos las piernas moviendo con suavidad de lado a lado la cabeza. Bajamos los brazos y guardamos la lengua apretando levemente los labios. Los brazos reposan a los costados del cuerpo. Los músculos, agotados de pronto, recobran una última reserva de energía y disponen de la vitalidad necesaria para la despedida. Terminada la ceremonia nos retiramos en una lenta procesión silenciosa. Salimos.

 

III


Adentro, las paredes absorben la memoria de nuestra huella múltiple. Una sincronicidad ya pretérita, ya pasado instaurado, atrapado ahora en sus paredes blancas y desnudas. Afuera el mundo abre otros ritmos.